Versión explicada del planteamiento político de Hernando de Soto
Tanto Pedro Castillo como Dina Boluarte provienen de las canteras de un partido político que se autodefine como marxista leninista. Cuando el primero es elegido presidente y la segunda vicepresidenta, ambos mantienen la estrategia izquierdista trazada por Vladimir Cerrón, secretario general de su partido, de mover el país hacia la izquierda.
Hace dos años, cuando Castillo cae y Boluarte asume la presidencia, ella y sus allegados en el Congreso se asustan, y en lugar de continuar con el propósito de izquierdizar el país en lo que queda de ese periodo presidencial, deciden que su primera prioridad es que Dina sobreviva hasta el 2026, y así tener el tiempo necesario para adecuar el proceso electoral a su conveniencia.
Para lograr este objetivo, logran convencer a la mayoría de sus adversarios en el Congreso, de que en lugar de seguir peleando por principios y disputándose el poder democráticamente, hay que crear una partidocracia (una oligarquía partidista que asume la soberanía efectiva del país) dentro de la cual reparten los beneficios del poder.
A tal efecto, la presidenta no observará las leyes que promueva el Congreso, y el Congreso no fiscalizará con seriedad las acciones del ejecutivo. Y ambos confeccionarán un proceso electoral que les permita mantenerse en el poder en las próximas elecciones.
Pero el pueblo peruano se ha dado cuenta de la maniobra partidocrática y ha comenzado a castigarlos: hace dos años, cuando Castillo cayó, contaba con 25% de popularidad, y el Congreso con 15%. Hoy la popularidad de Boluarte ha caído al 4%, la sexta parte de su antecesor; y el Congreso ha bajado a 5%, una tercera parte de lo que tenía hace dos años.
¿Qué nos va a pasar? El futuro es un secreto, pero lo seguro es que tarde o temprano esta partidocracia peruana está condenada a fracasar, porque, como lo demuestra el estrepitoso colapso de la partidocracia de Maduro en Venezuela –la madre de todas las partidocracias modernas de América Latina– por normar a puerta cerrada pierde contacto con su pueblo y pierde su legitimidad.
La enorme ventaja de la democracia es que genera debates, confrontaciones, análisis, denuncias, interpretaciones y verificaciones entre millones de ciudadanos. De allí surgen los conocimientos necesarios para que el gobierno tome las mejores decisiones, todo lo contrario, a los desastres que resultan de tomar decisiones sin consultarnos, sin enterarse de nuestra experiencia, sin invitarnos a participar para reglamentar las normas, y sin rendirnos cuentas. Si el gobierno no invita a los ciudadanos de a pie, no obtiene los conocimientos necesarios para saber dónde aprietan los zapatos.
Esto se ha vuelto muy evidente en los dos últimos años en el Perú: la pobreza, el déficit fiscal, la violencia, la inversión, el empleo, la migración de las clases más prósperas a España, las medidas a los Estados Unidos, y los negocios de los más humildes hacia Bolivia siguen aumentando.
El poder creciente de la partidocracia del siglo 21 en Perú no tiene nada que envidiar a Maduro. En los últimos dos años, ha aprobado 40,000 normas y realizado 46 cambios a la Constitución, sin avisarnos ni consultarnos. Esto ya dejó de ser una democracia representativa: en ninguna democracia real, regalar un talonario con 40,000 cheques en blanco a los políticos es democracia.
Los cheques en blanco están también prohibidos tanto en nuestra Constitución como en la venezolana que enfatizan que el poder soberano, la autoridad suprema, es el pueblo y no los políticos. Hoy tenemos una oligarquía partidocrática de 130 congresistas y una presidente que decisión tras decisión nos están robando la soberanía que nos corresponde. Esto se desprende claramente de los artículos 1 y 2 de la constitución peruana y el tercer artículo de la constitución venezolana.
La gran prensa internacional ya está al tanto del fraude que se está tramando en el Perú. Hace solamente dos semanas que The Economist describió al gobierno peruano como un oligopolio cerrado y corrupto, compuesto por una presidenta y un Congreso con las tasas más bajas de aprobación de América Latina: 5% y 4% respectivamente, que están maniobrando para quedarse en el poder manipulando las condiciones bajo las cuales han de realizarse las próximas elecciones regionales y generales.
Por ello, apoyar a las fuerzas democráticas de Venezuela y castigar al fraude perpetrado por Maduro en Venezuela, es un deber de todos los latinoamericanos. Pero nuestra prioridad como peruanos es darnos cuenta que la razón por la cual la prosperidad y la libertad han colapsado en Venezuela, es porque el chavismo construyó una abominable partidocracia, y que a nuestra manera, de chasco en chasco, eso es lo que nuestro gobierno está solapadamente armando en el Perú.
Hay que comprender que desde el comienzo de la historia hasta hoy, el más grande enemigo de la democracia en cualquier país no es la dictadura en el país vecino, sino una oligarquía nacional que presume que sabe más que todos nosotros.
Hay que levantar la campana.
Lima, 13 de agosto de 2024
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Debemos acabar con estos izquierdistas que quieren llevarnos al colapso.